“¿A
cómo está el jitomate?” es una pregunta muy común en el pequeño mercado en
Santa María, donde vivo. La subida y la
caída de precios de bienes y servicios en Morelia son realidades concretas. Sin embargo, entender y manejar estas realidades no es una tarea sencilla.
¿Está hecha esta corona de oro puro? Según la historia, el rey Hierón había recibido una
corona votiva y deseaba saber si se habían o no añadido al oro metales de baja
ley. Le planteó este problema a
Arquímedes. Después de un rato, a Arquímedes se le
ocurrió pesar la corona dentro del agua. El problema era
concreto, igual que la solución: pesar la corona dentro del agua. Pero mientras cualquier persona puede meter
una corona en agua, Arquímedes lo hizo inteligentemente, es decir tuvo que
recurrir a las formulaciones (abstractas) de los principios del
desplazamiento. Podemos decir que el
“chispazo” de Arquímedes giró entre lo concreto y lo abstracto. El
problema era concreto, pero la solución era al mismo tiempo concreta—sumergir la corona en el
agua—y abstracta—hacerlo inteligentemente.
Si
me siento mal, normalmente voy con un médico, no con un mecánico, pues la
expectativa y esperanza es que el médico tiene la formación y experiencia para
diagnosticar la enfermedad, mientras el mecánico cuenta con la experiencia para
diagnosticar problemas con los frenos, el sistema eléctrico o la transmisión del
coche. No le sirve al médico investigar
el “Bien en sí” mientras el hombre (yo) o la mujer en su consultorio presenta una problemática particular.[1] Tampoco le sirve al médico olvidar lo que ha
aprendido en sus muchos años de estudio, investigación y consultas. Su experiencia y conocimiento giran entre lo concreto y lo abstracto.
¿No
es obvio que la ética tiene que ver con la búsqueda de soluciones para
problemas concretos? ¿No es obvio que la
ética debe pretender el gozo y la liberación de entender situaciones concretas
e implementar soluciones oportunas para problemas concretos?
No, no es obvio, pues si fuera obvio, el deseo de llegar a soluciones oportunas para problemas concretos penetraría hasta la fábrica de nuestras fantasías y nuestros sueños, y la expectativa serena de nosotros eticólogos y nuestros colaboradores abarcaría el deseo encarnado de correr desnudos por la Avenida Madero o la Avenida de los Insurgentes.
[1] “Difícil será decir qué provecho derivará para su arte el tejedor o el
carpintero que conozca este Bien en sí, o cómo será mejor médico o general el
que ha contemplado la Idea del Bien.
Manifiesto es, en efecto, que el médico no considera ni aun la salud de
esta manera, sino la salud del hombre, o por mejor decir la de este hombre,
pues en particular cura a cada uno.” Aristóteles, Ética Nicomaquea, Libro I, VI, 1097ª7-14.
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