sábado, 27 de noviembre de 2010

Me gustaría que hayan crecido

Hace unas semanas una amiga me comentó en Facebook algo que me ha hecho reflexionar. En “La identidad mexicana, la fantasía y el éxtasis” (ver este blog, jueves 21 de octubre) yo había escrito: “Como maestro es un reto básico cultivar una fantasía despierta y rica para poder ver a mis alumnos no como son ‘ahora,’ sino como serán en unos cinco o diez años.” Ella me respondió: “me gustaría que se hayan olvidado del 90% de lo que les enseñamos, tanto los padres como los maestros-as y que por fin piensen, sientan, vivan por sí mismos!!!”

¿Qué es lo que a mí me gustaría que hayan experimentado mis alumnos en los próximos diez años? Les comparto una respuesta…

Me gustaría que mis alumnos hayan crecido a ser críticos sin llegar a ser criticones, que hayan luchado por una consciencia histórica-dialéctica del descalabro de las instituciones educativas ligeras y rápidas actuales, irónicamente peor en el mundo “desarrollado” que en otros lados, pero con un plan de hacer cambios modestos para el mejoramiento de la situación. Espero que hayan logrado ver que esta consciencia y su plan de mejoras requieren de una paciencia, una humildad, una tolerancia y un arrepentimiento extraordinario, un arrepentimiento de la flojera, la indiferencia y nuestros sesgos dramáticos, individuales, grupales y generales (Insight, caps. 6-7).

Espero que a lo largo de los años que mis alumnos hayan podido asumir la responsabilidad descubrir e implementar una hermenéutica de sospecha y recuperación diferenciada, luminosa y extática. Espero que hayan entendido que no se puede descubrir y vivir tal hermenéutica sin hacer una hermenéutica de sospecha y recuperación de quien sé es “entre el bien y el mal,” por supuesto con paciencia, humildad y tolerancia. “We have met the enemy, and he is us.” (W. Kelly, 1953)

Espero que mis alumnos hayan tomado en cuenta que “el fin aparece a cada hombre [o mujer] según la forma de su carácter” sin volverse relativistas, y que hayan apropiado la “revolución hermenéutica” de Heidegger, Gadamer et al, que realmente es una recuperación de la pregunta ética y política de Aristóteles: “¿Cómo deberías vivir?” Espero que ellos hayan entendido que, mientras existen códigos de ética en muchas instituciones, constituciones políticas y declaraciones sobre los derechos humanos, que esos mismos códigos, constituciones y declaraciones no pueden interpretarse ni implementarse, que no existen estándares externos para guiar la interpretación e implementación de dichos documentos, pero que el pueblo está jodido si no viven en él sabias y sabios.

Espero que hayan reconocido la excelencia en algunos ámbitos, por ejemplo Rafael Nadal y Kim Clijsters en tenis, pero que hayan entendido que no existen estándares externos para identificar lo justo, lo bueno o lo bello (o lo injusto, lo malo y lo verdadero feo) en el ámbito socio-político-económico-cultural, y que nuestra única guía es nuestra añoranza, el deseo profundo de la felicidad, “la enchilada completa.” Como dice Hermine a Harry en novela Lobo Estepario: “Ah, Harry tenemos que tropezarnos con tanta mugre y banalidades, antes de poder llegar a casa. Y no tenemos a nadie quien nos guíe. Nuestra única guía es nuestra añoranza por el hogar.”

Es demasiado fácil decirle a mis alumnos: "No me hagan caso, y no hagan caso a su familia, ni a su religión, ni a sus tradiciones ni a la historia bastante compleja de México." Para mí esto sería soberbia, no humildad, que es la virtud que consiste en el autoconocimiento y la aceptación de mis propias limitaciones y debilidades, dones y fortalezas, y en obrar de acuerdo con este autoconocimiento y autoamor. La humildad es aterrizarme (“humildad” viene del latín humilitas y esta viene de la raíz griega humus que significa “tierra”) en el universo real, que es el cosmos gimiendo y sufriendo dolores de parto (véase Romanos 8:22-23) por billones de años. Suena fácil, pero no es tan sencillo… sería mucho más fácil implementar solamente una hermenéutica de sospecha, echar toda la culpa en Platón o Descartes (el “chillón” de los posmodernistas) y rechazar la difícil tarea de la recuperación diferenciada. En lugar de decir “no me hagan caso,” es mejor decirles a mis alumnos: “Tomen lo bueno, lo verdadero y lo bello de lo que he intentado enseñar; perdóname por todo lo demás.”

¿Cuál es mi esperanza para mis alumnos? Espero que a lo largo de su educación académica y no-académica (“Don’t let your schooling get in the way of your education.”), que ellos hayan crecido, hasta volverse unos extraños para consigo mismos. Espero que hayan escogido el camino no muy común de volverse en unas obras de literatura, historia, ciencia y filosofía, por medio de la autoapropiación más que la memorización y la regurgitación (ver “Correcto ¡ustedes son el libro!”). Espero que mis queridos alumnos, algunos de los cuales serán maestros y maestras en un futuro, que hayan llegado a entender que el amor deba de tener un lugar central dentro de las instituciones educativas, aún en las “ciencias duras.”


Espero que mis alumnos hayan podido creer que el encuentro entre dos, tres o veintitrés soledades “que se resguardan y se enlazan y se saludan la una a la otra” (R. Rilke) debe ser la norma en cada salón y cada asignatura, aunque su experiencia sea otra, y que puedan imaginar un futuro donde sea obvio, desde el kindergarten hasta el posgrado, tanto para los maestros como para los alumnos, que el autodescubrir, autoconocer y autoamar es el único “método” de aprendizaje: “Cuando se les enseña geometría [o historia, literatura, química- biológica, etc.] a los niños, uno está enseñándoles a los niños, niños… y la palabra niños puede reemplazarse con las palabras: adolescentes, adultos, maestros, y así sucesivamente.” (“Nota para Maestros y Estudiantes,” Introducción al Pensamiento Crítico). Confieso que el amor a veces no se nota en mi salón porque mi enfoque es otro; que también soy una víctima del “periodo axial,” el “largo ciclo de decadencia” y un ritmo acelerado para cubrir objetivos, temas y subtemas e inculcar competencias medibles.

Espero que mis alumnos se hayan dado cuenta de que, en el encuentro amoroso entre soledades, el chiste no es estar de acuerdo con James (Dios mío, ¡no!), Hegel, Nietzsche, Lonergan, Heidegger, Levinas, Morin, Ortega y Gasset (Dios mío, ¡puros hombres!), Aesara, Perictione (¿Quiénes son?), o quien sea, sino por un proceso luminoso y palatino, llegar a estar de acuerdo consigo mismo, y siendo un microcosmos, llegar a estar de acuerdo con el cosmos real gimiendo y sufriendo dolores de parto. Espero que mis alumnos no hayan identificado el estar de acuerdo consigo mismo con nuestra noción moderna (Machiavelli, Hobbes, Locke, Rousseau) de “mi voluntad” y “mi libertad” que vive en nuestra sangre, sino hayan logrado apropiar y vivir algo parecido a las palabras de Pablo: “Si un miembro sufre, todos sufren con él [o ella]; y si un miembro recibe honores, todos se alegran con él [o ella]” (I Corintios 12:26). Espero que hayan reconocido que el estar de acuerdo consigo mismo implica una solidaridad y una tolerancia masiva y mucho más allá de nuestra capacidad actual de fantasear.

Aún más, espero que mis queridos alumnos, tal vez en la privacidad de un diario, o en una charla con un buen amigo o una buena amiga, quizá después de unas copas de vino tinto, que hayan podido admitir el hecho es que no hayan estado de acuerdo consigo mismo, que nunca hayan sufrido dolores de parto (una noción bastante rara para nosotros hombres) y que no hayan experimentado de un “buen” llanto, grito, carcajada o orgasmo en mucho tiempo. Qué tal vez en la privacidad de un diario o en esa plática hayan podido admitir que quisieran correr, gritar, bailar, llorar, coquetear y abrazar con la espontaneidad e integralidad de un niño o una niña de tres años… que quisieran regresar a casa y verla por la primera vez.


[C]ada miembro, cada grupo, de hecho nuestra multitud y su gran peregrinaje es únicamente una ola dentro de la eterna corriente de seres humanos, de las eternas luchas del espíritu humano hacia el Oriente, hacia Casa. (H. Hesse, Viaje al Oriente, 1970, 12).